lunes, 4 de noviembre de 2019

TESTIMONIOS SOBRE MISIONES

TESTIMONIOS SOBRE MISIONES

¿Cómo influyeron en mí las misiones?
Testimonio del joven  Ricardo Cué Isoba

África te necesitaLa misión para mí ha sido, es y será una experiencia inolvidable e irrepetible. Es una sensación de felicidad y plenitud que no se comparan con todos los lujos que tenemos en la vida diaria.

Para serles sinceros, la primera vez que acudí a una misión fue de una forma involuntaria, más bien obligada por mi papá, pues él fue el impulsor de este apostolado en mi familia y no tengo final para acabarle de agradecer por haberme hecho pasar por esta experiencia inolvidable. Recuerdo que el día que llegamos yo estaba enojado y sin ganas de cooperar. Era un tanto normal, ya que tenía 14 años, nunca había dejado mis vacaciones para irme a una cosa así y recuerdo que mi papá me dijo: “Mira, yo te prometo que no te la vas a pasar mal, pero, si en realidad te la pasas mal te juro que no regresas el próximo año”; entonces me dije: “Ahora sí me la voy a pasar o voy a hacer todo lo posible para pasármela mal para no regresar”.

El primer día, con mi cara de aburrido y enojado, salí a misionar casa por casa y me iba dando cuenta de tantas cosas que nunca pensé que pudieran hacerme cambiar de parecer. Entonces, esa tarde en la comida, me enteré que me tocaba dar una plática a los jóvenes. ¿Yo una plática a los jóvenes?, ¿Qué les iba a decir? Pero entonces se me acercó el Padre que nos acompañó y me dijo: “Tranquilo, yo sé que tú vas a poder, sólo encomiéndate a Dios y no necesitas nada más”. Llegó la tarde y no esperaba tanta gente. Eran como 30 jóvenes, entre hombres y mujeres, sentados esperando a que les hablara de algo. Entonces busqué en mi mochila y ví un libro llamado “Manual del Misionero” y bendito libro; lo abrí y justo en la página que salió era un tema actual. Comencé a hablar y seguí hablando. Pasaban los minutos y yo hablaba y cuando me di cuenta ya había pasado más de una hora y ya no sabía qué hacer. Entonces los puse a platicar entre ellos y se fueron felices.

Cuando regresé a descansar, lo primero que hice fue ir a contarle al Padre cómo me había ido y yo estaba tan emocionado que el Padre me preguntó: “Bueno y ¿qué les dijiste?”, en ese momento mi mente se quedó en blanco y ya no supe qué decirle y le contesté: “No me acuerdo, no sé” y él se comenzó a reír y me dijo: “¿Viste cómo encomendándote a Dios las cosas salen como uno quiere y espera y, que el que hablaba no eras tú, sino Dios a través de ti, que se manifestaba en ti?”. Cuando me dijo esto, quedé asombrado y petrificado de tanta razón que él tenía.

Con esto quiero darles a entender que ustedes no se preocupen acerca de lo que vaya a pasar, porque sólo Dios sabe por qué los mandó y Él SIEMPRE los va a ayudar para que nunca pasen un apuro, eso se los garantizo.

Pasó el tiempo y era hora de regresar a misiones y yo estaba más que listo. Esta experiencia que hoy comparto con ustedes es algo inexplicable de el por qué o, más bien cómo, se disfruta una semana sin televisión, amigos, novias, celular, antros, fiestas y con todo lo relacionado con las vacaciones de Semana Santa que no las habíamos vivido como se debe.

Quiero que piensen que: días, fiestas, amigos… y tiempo para ello, siempre sobra, pero, entregar una semana de todo eso a Dios, por otra gente, créanme que nunca se van a arrepentir.

Para finalizar sólo me queda dar gracias a Dios por haber iluminado a mi papá para ir de misiones y a todas y todos los misioneros con los que he convivido porque han hecho de esto una experiencia inolvidable.

Así que yo los invito a que reflexionen y piensen un poco en este pequeño texto que comparto con ustedes para que así como a mí, las misiones cambien su vida.


2.- Testimonio de un misionero

Testimonio de Carlo Bruzaferro Monti

Dejar mi familia y país y venirme dos años de misión fue una decisión que tuve hace un año exactamente. Aquí estoy, en México, y justo en el medio de esa mi grande misión, surgió la Megamisión.

Ya había participado en otras misiones chicas, mas esta sí me permitió hacer un balance de cómo anda todo. Fue como un resumen de todo. Dividiré la misión de dos maneras:

1. El shock con la realidad del mundo.
2. El encuentro con Dios.

El shock con la realidad

Primero porque salimos de una colonia rica de Monterrey y llegamos a un pueblo bien pobre de Hidalgo: Atotonilco. Lo que más me llamó la atención fue como los muchachos que fueron con nosotros no tenían ni idea de lo que era la pobreza. Incluso ya se me había olvidado de muchas cosas que ya no veía hace mucho tiempo.

¡No conocer estas realidades explica cómo muchas personas no hacen nada por los demás! No saber lo que pasa es la razón por la cual muchas personas están bien acomodadas en sus sillones.

Pero me pregunté si realmente las personas no saben lo que pasa en esos pueblos. ¿Será que viven en burbujas tan cerradas que jamás verán una imagen de un niño muriendo de hambre en la televisión? O, será que la televisión es algo tan artificial que todo parece mentira? O, ¿será que ven tantas escenas de este tipo que ya se anestesiaron?

Hay muchos Santo Tomás que necesitan tocar en las llagas de Cristo para creer. Muchas personas que no les basta las imágenes en la tele, tienen que ir hasta allá para vivir y darse cuenta de cómo es la vida real de nuestro planeta. Quieren comprobar lo que ven en la televisión.

Muchos de esos muchachos realmente se transformaron después de tocar las llagas, de comer tortillas con nopal todos los días, de dormir en el piso, de no bañarse por no tener agua, de convivir con los problemas insolucionables de la gente, familias abandonadas por los papás, enfermedades muy graves y caras de curar, abortos inocentes, alcoholismo crónico, etc. En fin, se transformaron después de vivir como el 90% de la gente que vive en el mundo.

Ojalá realmente todos al menos crean después de haber tocado las llagas de Cristo, pues todavía hay mucha gente en el mundo que aún después de tocarlas, siguen como antes.

El encuentro con Dios

Digo que muchos por primera vez se encontraron con Dios, porque se dieron cuenta de los dones que Dios les había regalado: inteligencia, alimentación, confort, los mejores médicos y hospitales, autoomóvil, computadora, trabajo, salud, amigos sanos, familia y la Fe Católica! Se dieron cuenta que deberían compartir eso todo con los demás, que deberían dejar algunas cosas para ayudar a los otros. ¡Vieron que la felicidad está en dar! La gente de allá no tenía nada y aún así nos ofrecían sus casas para doce hombres con comida y todo. Sacaron sus niños de los cuartos para hospedarnos a nosotros. ¡Son personas sencillas pero que tienen postgrado, maestría y doctorado en generosidad!

-¡Enseñamos la sabiduría de esta gente! ¿Qué saben ellos? ¿Por qué no tienen nada y son felices? ¿Por qué son tan generosos si no tienen nada? ¿Por qué? ¡Queremos platicar contigo Señor!

A muchos de los que íbamos de misiones ya se nos había olvidado cómo rezar, más teníamos muchas ganas de hacerlo. Queríamos ponernos de acuerdo con Dios, agradecerle, pedir perdón por el tiempo perdido, pedirle ayuda para saber lo que platicar con la gente, queríamos comprender el por qué de tanta generosidad en un mundo tan maltratado, queríamos aprender a amar.

- ¿Amor? ¿Qué es eso?
- Una novedad que nos acaba de platicar un hombre, ¿cómo se llama?... ¡Ah, Jesús de Nazareth!

Muchas personas por  primera vez tuvieron que depositar toda su confianza en Dios, pues allá su dinero, títulos, contactos sociales, amigos y parientes no ayudaban en nada. Sí, esa misión fue más útil para los misioneros que para el pueblo.

Concluimos que Nuestra misión fue, no en uno, y sí en dos pueblitos abandonados: Uno se llamaba Atotonilco y el otro... nuestros propios corazones.

Descubrimos que nuestros corazones son a veces más desiertos, más secos, más pobres de lo que imaginamos. Descubrimos que todo lo que tenemos por fuera no llena, al revés, puede estancar nuestro corazones. Sólo Dios tiene el poder de inundarnos con la satisfacción, la felicidad y el Amor. Él es el único que nos puede enseñar a ser como esa gente: desapegados, sencillos, alegres, verdaderamente generosos y felices. Él es el único camino, ¡Maestro de Amor!

Cristo , ¡haz nuestro corazón semejante al tuyo!

Sentimos esa importancia una tarde cuando nos encontramos en una capilla en el medio del desierto, después de haber andado todo el día citando a la gente, después de hacerlos andar horas para venir a Misa y de estar esperando dos horas al sol al Padre que no llegaba. Todos nos quedamos sin saber qué decir o hacer, por lo que decidimos rezar el Rosario con las personas.

No podía creer que íbamos a dejar a todos sin la Misa después de tanto sacrificio. Pedimos fervorosamente que el Padre llegase, y en el 3° misterio del Rosario, cuando habíamos acabado de pedir por el padre, llegó él para hacer la Misa.

Miré a todos y percibí que no era el único maravillado con la intercesión de María, con el poder de la oración. Era como si Dios nos quisiera enseñar a pedir (Pedid y se os dará).




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