viernes, 26 de septiembre de 2014

LOS MALABARISTAS DEL SEMÁFORO

LOS MALABARISTAS DEL SEMÁFORO

LOS MALABARISTAS DEL SEMÁFORO



Aquel día
me desperté con mucha pereza y renegando. Con esfuerzo, pude deshacerme de las
mantas. Me dirigí al baño arrastrando los pies mientras maldecía el tener que
levantarme de la cama sin poder quedarme en ella todo el día.




Desayuné con los ojos tan cerrados como mi mente. Tal pereza me dominaba, que
por no meter el pan en la tostadora, preferí comerlo frío y beber la leche
directamente de la botella. ¿Por qué tener que trabajar? ¡Esa sí era una
verdadera maldición!



Salí de mi casa en dirección a la oficina en mi vehículo con asientos de piel y
calefacción, observando en el camino el pavimento humedecido por la lluvia,
mientras refunfuñaba porque estaba lloviendo, igual que lo hacía cuando había
sol, nubes, viento, gente...




El semáforo se puso en rojo y, de pronto, como un rayo, se colocó frente a
todos los automóviles algo que parecía un bulto. Por curiosidad, abrí más mis
ojos somnolientos y pude descubrir que era un joven montado en un pequeño carro
de madera. Aquel chico no tenía piernas y le faltaba un brazo. Sin embargo, con
su mano izquierda lograba conducir el pequeño vehículo y manejar con maestría
un conjunto de pelotas con las que hacía juegos malabares.



Las ventanillas de los automóviles se abrían para darle una moneda al
malabarista, el cual mostraba un pequeño letrero sobre el pecho. Cuando se
acercó a mi auto pude leerlo:

"Gracias por ayudarme a sostener a mi hermano paralítico". Con su
mano izquierda señaló hacia la banqueta y ahí pude ver a su hermano, sentado en
una silla de ruedas colocada frente a un atril que sostenía un lienzo, en el
cual estaba pintando algo con un pincel que manejaba con su boca.
El
malabarista, al ver el asombro de mi cara, me dijo:
¿Verdad que
mi hermano es un artista? Por eso escribió esa frase sobre el respaldo de su
silla.

Entonces leí la frase que decía: - "Gracias Señor por los dones que nos das.
Contigo no nos falta nada".   Recibí
un fuerte golpe en mi interior mientras este hombre se retiraba. Y así como el
semáforo de la calle pasó del color rojo al verde, mi "semáforo"
interior también cambió desde aquel día: Nunca más me volví a dejar paralizar
por la luz roja de la pereza, ni volví a renegar por lo que no aceptaba. Ahora
trato de mantener la luz verde y realizar mis trabajos y actividades con renovada
energía.




Ante aquellos jóvenes de la calle, aquel día descubrí que yo era el paralítico.
Desde aquel mismo día, nunca he dejado de agradecer. Ahora no tengo todo lo que
quiero, pero le doy gracias a Dios por lo que tengo. El salario apenas me
alcanza para pagar las cuentas, pero gracias a Dios que por lo menos tengo un
trabajo para ganar el sustento. Los problemas se me han venido multiplicando
como si fueran mágicos, pero gracias a Dios tengo paciencia y fortaleza para-
sobrellevarlos.




Los años han ido pasando rápidamente, mi piel está un poco arrugada y mis
cabellos se están poniendo blancos, pero le doy gracias a Dios por la alegría
que siento de vivir, por los conflictos que pude resolver, por los problemas
que pude superar, por la enfermedad que pude soportar, por el odio que se
transformó en amor, por la soledad que pude sobrellevar. Cada día lo bendigo
por haberme enseñado a decir:    "Gracias
Señor por los dones que me das. Contigo no me falta nada".










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