sábado, 1 de marzo de 2014

Para qué la misa

                                  ¿Para qué la misa?

Un viernes de hace dos mil años, un hombre sin pecado
ofreció su vida, su sangre y su muerte en un gesto de suprema obediencia
dictada por el amor. Aquel hombre era el Hijo de Dios, y porque era
perfectamente santo, el Padre le abrió los brazos y lo resucitó en la gloria.
Mediante su sacrificio, la humanidad entera entró en la vida eterna de Dios. Es
el sacrificio de Cristo que nos salva, pero Dios nos respeta tanto que no
quiere salvarnos sin nosotros: es necesario que nosotros nos ofrezcamos junto a
Jesús. Y para esto está la Misa, que es la permanencia de su sacrificio. La
Misa es una presencia, una nueva presencia, un nuevo presentarse Cristo en su
único acto redentor; es un hacer presente aquí y ahora el sacrificio del
calvario que llega a ser una realidad de nuestro tiempo, de nuestra parroquia,
de nuestra vida. Por esto es necesario ir con alegría y reconocimiento.

Es preciso ir con los propios pies,
mientras se puede; con la propia boca y con el propio corazón para comer el
fruto de la vida. "Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la
vida eterna y yo le resucitaré en el último día" (Jn 6.54).






Explicación de por qué ir a Misa dada
por el Papa Francisco

En su catequesis de la audiencia general
realizada el 12 de febrero de 2014, en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco
respondió a una serie de preguntas sobre cómo vivir la Misa y respondió a
diversas excusas de quienes no quieren asistir a la Eucaristía dominical.



“¿Cómo vivimos nosotros la Eucaristía? ¿Cómo vivimos la Misa, cuando vamos a
Misa los domingos? ¿Es sólo un momento de fiesta? ¿Es una tradición bien
establecida, qué se hace? ¿Es una ocasión para encontrarnos o para sentirnos
bien o es algo más? Hay señales muy específicas para averiguar cómo vivir esto.
Cómo vivimos la Eucaristía. Señales que nos dicen si vivimos la Eucaristía
bien, o no la vivimos tan bien”



El Santo Padre dijo que, en cuanto a la Misa, es fundamental saber que allí
tenemos la gracia “de ser perdonados y perdonar. A veces alguien pregunta:
‘¿Por qué hay que ir a la iglesia, si los que participan regularmente en la
Misa son pecadores como los demás?’. ¡Cuántas veces hemos oído esto!”



“En realidad, quien celebra la Eucaristía no lo hace porque cree o quiere
aparentar más que los demás, sino porque se reconoce siempre con la necesidad
de ser aceptado y regenerado por la misericordia de Dios, hecha carne en
Jesucristo. ¡Si cada uno de nosotros no se siente con la necesidad de la
misericordia de Dios, no se siente un pecador, es mejor que no vaya a Misa!”



“¿Por qué vamos a Misa?”, cuestionó el Papa y respondió: “porque somos
pecadores y queremos recibir el perdón de Jesús, participar en su redención, en
su perdón. ¡Ese ‘confieso’, que decimos al principio no es algo ‘formal’, es un
verdadero acto de penitencia! ¡Yo soy pecador y confieso! Así da inicio la
Misa”.



“No debemos olvidar nunca que la Última Cena de Jesús tuvo lugar ‘la noche en
que fue traicionado’. En el pan y el vino que ofrecemos y en torno al cual nos
reunimos se renueva cada vez el don del Cuerpo y la Sangre de Cristo para la
remisión de nuestros pecados. Debemos ir a Misa humildemente, como pecadores y
el Señor nos reconciliará”.



Otro indicador de la vivencia de la Misa adecuadamente, dijo el Pontífice, es
la capacidad de descubrir a los otros como hermanos a partir del amor a Jesús,
para lugar compartir su Pasión y su Resurrección, especialmente con los más
necesitados como aquellos que han sido afectados por la lluvia en los días
recientes en los alrededores de Roma.



“Me pregunto, todos preguntémonos: yo, que voy a misa, ¿cómo vivo esto? ¿Me
preocupo de ayudar, de acercarme, de rezar por ellos, que tienen este problema?
¿O soy un poco indiferente? O tal vez me preocupo de chismorrear: ‘¿viste cómo
iba vestida aquella, como iba vestido aquél?’.... A veces se hace esto después
de la Misa, ¿o no? ¡Se hace! ¡Y esto no se debe hacer! Debemos preocuparnos por
nuestros hermanos y hermanas que tienen una necesidad, una enfermedad, un
problema”.



Un “último y valioso indicador” sobre la vivencia de la Misa es la relación
entre la Eucaristía y las comunidades cristianas: “debemos tener siempre
presente que la Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es una
conmemoración nuestra de lo que Jesús dijo e hizo. No ¡Es propiamente una
acción de Cristo! ¡Es Cristo quien los realiza, que está en el altar! Y Cristo
es el Señor. Es un don de Cristo, que se hace presente y nos reúne en torno a
Él, para alimentarnos con su Palabra y con su vida”.



“Esto significa que la misión y la misma identidad de la Iglesia fluyen a
partir de ahí, de la Eucaristía, y allí siempre toman forma. Una celebración
puede llegar a ser impecable en términos de apariencia, hermosísima, pero si no
nos lleva al encuentro con Jesús, puede que no comporte ningún alimento a
nuestro corazón y a nuestra vida. A través de la Eucaristía, en cambio, Cristo
quiere entrar en nuestra existencia e impregnarla de su gracia, para que en
cada comunidad cristiana haya coherencia entre liturgia y vida: esta coherencia
entre liturgia y vida”.

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