miércoles, 26 de diciembre de 2018

Es Navidad esta Noche - La historia de Navidad interpretada por niños

EL PORQUÉ DE LA NAVIDAD

EL PORQUÉ DE LA NAVIDAD



EL PORQUÉ DE LA NAVIDAD
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Érase una vez un hombre que no creía en Dios. No tenía
reparos en decir lo que pensaba de la religión y de las festividades
religiosas, como la Navidad.
Su mujer, en cambio, era creyente y criaba a sus hijos
en la fe en Dios y en Jesucristo, a pesar de los comentarios desdeñosos de su
marido.
Una Nochebuena en que estaba nevando, la esposa se
disponía a llevar a los hijos al oficio navideño de la parroquia de la
localidad agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero él
se negó.
-¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a
rebajar a descender a la Tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!
Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en
casa.
Un rato después, los vientos empezaron a soplar con
mayor intensidad y se desató una ventisca. Observando por la ventana, todo lo
que aquel hombre veía era una cegadora tormenta de nieve. Y decidió relajarse
sentado ante la chimenea.
Al cabo de un rato, oyó un gran golpe; algo había
golpeado la ventana. Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera,
pero no logró ver a más de unos pocos metros de distancia. Cuando empezó a
amainar la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la
ventana. En un campo cercano descubrió una bandada de gansos salvajes. Por lo
visto iban camino al sur para pasar allí el invierno, y se vieron sorprendidos
por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella
finca sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el
campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor dedujo
que un par de aquellas aves habían chocado con su ventana.
Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.
-Sería ideal que se quedaran en el granero -pensó-. Ahí
estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.
Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en
par. Luego, observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que
estaba abierto y entraran. Los gansos, no obstante, se limitaron a revolotear
dando vueltas. No parecía que se hubieran dado cuenta siquiera de la existencia
del granero y de lo que podría significar en sus circunstancias. El hombre
intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se
alejaran más.
Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue
partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los
gansos no entendieron.
El hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos
tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que consiguió fue
asustarlos más y que se dispersaran en todas direcciones menos hacia el
granero. Por mucho que lo intentara, no conseguía que entraran al granero,
donde estarían abrigados y seguros.
-¿Por qué no me seguirán? -exclamó- ¿Es que no se dan
cuenta de que ese es el único sitio donde podrán sobrevivir a la nevada?
Reflexionando por unos instantes, cayó en la cuenta de
que las aves no seguirían a un ser humano.
-Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría
salvarlos -dijo pensando en voz alta.
Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo,
agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo
entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre
los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras
aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.
El campesino se quedó en silencio por un momento,
mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le
resonaban en la cabeza:
-Si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría
salvarlos!
Reflexionó luego en lo que le había dicho a su mujer
aquel día:
-¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Qué
ridiculez!
De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que
eso era precisamente lo que había hecho Dios. Diríase que nosotros éramos como
aquellos gansos: estábamos ciegos, perdidos y a punto de perecer. Dios hizo que
Su Hijo se volviera como nosotros a fin de indicarnos el camino y, por
consiguiente, salvarnos. El agricultor llegó a la conclusión de que ese había
sido ni más ni menos el objeto de la Natividad.
Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora nevada,
su alma quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea. De pronto comprendió
el sentido de la Navidad y por qué había venido Cristo a la Tierra. Junto con
aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad. Hincándose de
rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria: "¡Gracias, Señor, por
venir en forma humana a sacarme de la tormenta!"
Con este relato, les deseo con cariño una felicísima
Navidad en la que el Niño Jesús les colme de bendiciones.
Javier López

Web Católico de Javier

http://webcatolicodejavier.org